Por Gonzalo Castañeda
Las empresas para hacer posible su proceso de producción requieren de capital de trabajo. Esto es así ya que inevitablemente transcurre un tiempo entre el momento en que la empresa obtiene un pedido y el momento en que el bien o servicio producido es pagado. Dado que el ciclo de operación de una empresa no es instantáneo, la empresa requiere de capital para pagar los costos variables involucrados en la compra de insumos, producción del bien y manejo de inventarios. Estos costos son más pronunciados en economías emergentes por las siguientes razones: no existen buenas redes de distribución, los procesos de producción no son lo suficientemente flexibles para ajustarse a los vaivenes de la demanda, y no existe una buena coordinación logística entre el proveedor y su cliente. La razón de inventarios a PIB tiende a ser grande en países en desarrollo y su financiamiento se complica por la falta de un sistema financiero competitivo; situación que obliga a muchas empresas a utilizar recursos propios o crédito comercial de la red de clientes y proveedores.
Un esquema financiero que se aboca a subsanar las necesidades del capital de trabajo es el de factoraje. En este esquema una empresa proveedora que recibe una factura al momento de entregar un pedido, y cuyo pago se liquida en x número de días, recurre a una entidad financiera (el factor) para realizar una operación de descuento. El factor a cambio del cobro de la tasa de interés y comisión (implícito en el descuento) le paga al proveedor el valor descontado de la cuenta por cobrar. Posteriormente, y una vez que el plazo de la factura llega a su término, la empresa compradora liquida su cuenta por pagar al tenedor del activo que en este caso es el factor. En este sentido, una operación de factoraje no se considera cómo un préstamo sino más bien como una venta de activos; en otras palabras, el factor no le presta dinero al proveedor simplemente adquiere una promesa de pago del comprador.
Dado que no se trata de un préstamo, el riesgo para el factor no reside en la solvencia financiera del proveedor sino más bien en el riesgo de que la empresa compradora no cumpla con sus compromisos. En este sentido el esquema es ideal para financiar las actividades de PYMES cuya calidad crediticia no es tan buena como la de empresas grandes o exportadoras, quienes suelen mantener el compromiso de cumplir con sus obligaciones independientemente de quien sea el tenedor de sus cuentas por pagar. En un préstamo tradicional las cuentas por cobrar son utilizadas como garantías, lo que hace necesario que exista un marco legal sofisticado y un sistema judicial eficiente para que el acreedor pueda recuperar sus garantías en caso de quiebra del prestatario. Esto no sucede en una operación de factoraje ya que la cuenta por cobrar transferida no forma parte de los activos embargables del proveedor.
La entidad financiera involucrada en la transacción tiene que resolver distintos problemas de información asimétrica al momento de descontar una factura. En primer término desconoce si ésta es realmente válida y, por ende, si tiene posibilidad de recuperar su valor nominal; en segundo término, una vez descontada la factura existe el riesgo de que la empresa compradora no cumpla con sus compromisos. En la medida en que la información financiera de las empresas sea trasparente, existan historiales crediticios y se disponga de un marco legal eficiente mayores son las posibilidades de que las operaciones de factoraje sean rentables. Desafortunadamente, las bases de datos y la calidad de las instituciones son deficientes en economías emergentes, lo que indudablemente obstaculiza el desarrollo de un mercado dinámico de factoraje.
* El factoraje de NAFIN
Atendiendo a estas dificultades Nacional Financiera S.A. (NAFIN), un banco de desarrollo mexicano, implementó en el año 2001 un sistema de factoraje inverso conocido como ‘Cadenas Productivas’. Con este fin un grupo de empresas grandes y de reconocida calidad crediticia fueron invitadas a participar en un mercado financiero de facturas. En este mercado las cuentas por pagar a clientes PYMES son descontadas por un conjunto de intermediarios financieros privados. Se habla de una operación de factoraje inverso ya que en vez de que los proveedores busquen al factor para descontar sus cuentas por cobrar, son las empresas compradoras las que ponen a consideración de las distintas entidades financieras las cuentas por pagar de sus proveedores.
NAFIN financió e implementó una plataforma tecnológica de factoraje electrónico por lo que en la actualidad una operación de este tipo se puede cerrar en menos de tres horas. La empresa compradora sube a la red los documentos negociables correspondientes a las cuentas por pagar que buscan ser financiadas. Estos documentos se encuentran a la vista de todas las instituciones financiares registradas en el mercado, por lo que las interesadas presentan distintas pujas sobre el monto del descuento. Una vez establecidas las ofertas, la empresa proveedora decide con que intermediario realizar la transacción, por lo que el ganador deposita en la cuenta bancaria del proveedor el valor descontado del documento negociable. Cabe hacer notar que en estas operaciones el factor asume la totalidad del riesgo en caso de incumplimiento por parte de la empresa compradora.
Bajo este esquema inverso las empresas compradoras liberan al factor de la tarea de monitorear la calidad moral de los proveedores y, en consecuencia, minimizan la posibilidad de fraudes con facturas apócrifas. Por otro lado, al iniciarse el proceso de compra-venta de facturas a partir de un grupo de empresas sólidas previamente elegidas por NAFIN se reduce la incertidumbre concerniente a la calidad crediticia del emisor de la factura. Asimismo, los intermediarios financieros se ven beneficiados por recibir información concerniente a las operaciones de las empresas compradoras y sus proveedores.
Resulta indudable que las empresas compradoras se benefician de este mecanismo por diversas razones: liberan recursos financieros que previamente se canalizaban al crédito comercial de sus proveedores, pueden conseguir plazos más largos en el pago de sus cuentas, y reducen el costo del manejo de sus pasivos. Pero lo más importante es que proveedoras-PYMES de las grandes empresas logran obtener recursos financieros del sistema bancario (deducibles de impuestos) a tasas mucho más accesibles dada la manera competitiva en que se determinan las tasas. Finalmente, los intermediarios financieros amplían su gama de negocios al entrar a un área de actividad que previamente era desatendida por los elevados costos de transacción.
En la implementación de este factoraje inverso, NAFIN actúa como banca de segundo piso al requerir que los intermediarios se fondeen con recursos públicos. NAFIN no cobra comisiones por registrase en este mercado ni por las transacciones realizadas, por lo que la solvencia financiera de su operación la obtiene a partir de la tasa de interés que cobra en el fondeo. El banco de desarrollo establece una tasa máxima que los factores pueden cobrar al realizar un descuento, la cual está por encima del costo de fondeo garantizando, con ello, la rentabilidad de los intermediarios. No obstante, esta tasa máxima nunca ha sido alcanzada debido al esquema de subasta implementado.
Cabe también mencionar que un porcentaje importante de las entidades compradoras son dependencias del sector público, y que a partir del 2007 existe la obligación de que las dependencias federales se incorporen al programa de “Cadenas Productivas” y den de alta las cuentas por pagar por concepto de adquisiciones de bienes y servicios, arrendamiento y obra pública. Cuando los recursos se canalizan para la realización de infraestructura y servicios públicos relacionados, el fondeo en el programa proviene del Banco Nacional de Servicios y Obras Públicas. De acuerdo con las autoridades hacendarias, este mecanismo de factoraje permite que exista mayor certidumbre, transparencia y eficiencia en los pagos de las entidades gubernamentales.
* Desempeño de la innovación financiera
El programa de ‘Cadenas Productivas’ de NAFIN creció de una participación de mercado del 2% en el 2001 a una participación del 60% en el 2004. El esquema de factoraje ha contribuido a que NAFIN se convierta en un banco de desarrollo superavitario, al pasar de un déficit de $429 millones (con $23.9 billones de activos) en diciembre del 2000, a un superávit de $13.23 millones (con $26.75 billones de activos) en diciembre del 2003 –cifras expresadas en dólares- . Para 2009 las “Cadenas Productivas” estaban constituidas por cerca de 700 grandes compradores, 36% del sector público y 64% del sector privado, alrededor de 215,000 proveedores PYMES afiliados al programa (70,000 con expediente digital), y 39 intermediarios financieros participantes (bancos, empresas de factoraje y otros intermediarios no-bancarios). En 2009 se realizaban un promedio de 10,000 transacciones diarias, con las que se apoyó aproximadamente a 27,000 PYMES en el año otorgando alrededor de 200,000 millones de pesos en financiamiento. Este esquema de factoraje ha permitido el acceso financiero a PYMES que previamente eran racionadas por la banca comercial. En particular, el financiamiento otorgado se concede a una TIIE + 4 puntos, en promedio, la cual es sumamente inferior al crédito empresarial bancario que se asigna a una TIIE + 14 puntos, en promedio.
* Limitaciones del esquema financiero
Parece ser que el requerimiento de utilizar el fondeo NAFIN, en vez de recursos propios de los intermediarios privados, se debe al hecho de que el desempeño de los bancos de desarrollo en México continua siendo evaluado esencialmente por el monto de recursos colocados. Esta política implica el uso de subsidios innecesarios a favor de los intermediarios privados ya que el riesgo de la operación reside en la situación financiera de las grandes empresas compradoras y no en la calidad crediticia de las PYMES que transfieren sus cuentas por cobrar. La reducción en la prima de riesgo hace muy rentable la operación para los intermediarios, independientemente de la naturaleza competitiva de la puja en el descuento.
Los esfuerzos de coordinación para la creación del mercado y la implementación de la plataforma electrónica requirieron de un subsidio inicial importante; sin embargo, una vez que el mercado ha madurado no hay una razón fundamental para que éste continúe siendo organizado por una entidad gubernamental. El mercado electrónico de factoraje puede ser operado por una institución privada al igual que la BMV. La economía política que explica la reticencia para privatizar esta plataforma electrónica es clara. En primer término, NAFIN justifica su control sobre el mercado por la continua colocación de fondos seguros que le garantizan tener finanzas superavitarias. Indudablemente es más riesgoso iniciar otro proceso de innovación financiera y encontrar nuevas soluciones para corregir fallas de mercado que operar un banco conservador que se gana el reconocimiento por suministrar fondos subsidiados a entidades privadas. En segundo término, un mercado de factoraje operado de forma privada requeriría que las instituciones financieras descontaran facturas con sus propios recursos, eliminando con ello el beneficio de los atractivos subsidios. En consecuencia, tanto los burócratas bancarios como los intermediarios privados no tienen incentivos para que el mercado evolucione por caminos alternativos.
El lector interesado en este tema y otros relacionados con innovaciones para la inclusión financiera en México puede consultar los siguientes documentos : “Innovative Experiences in Access to Finance: Market Friendly Roles for the Visible Hand” y “The Role of “Reverse Factoring” in Supplier Financing of Small and Medium Sized Enterprise”
Gonzalo Castañeda Ramos es Doctor en Economía por la Universidad de Cornell, actualmente labora como profesor investigador en El Colegio de México