Posts Tagged ‘Industria

11
May
10

Factoraje Inverso de NAFIN

Por Gonzalo Castañeda

Las empresas para hacer posible su proceso de producción requieren de capital de trabajo. Esto es así ya que inevitablemente transcurre un tiempo entre el momento en que la empresa obtiene un pedido y el momento en que el bien o servicio producido es pagado. Dado que el ciclo de operación de una empresa no es instantáneo, la empresa requiere de capital para pagar los costos variables involucrados en la compra de insumos, producción del bien y manejo de inventarios. Estos costos son más pronunciados en economías emergentes por las siguientes razones: no existen buenas redes de distribución, los procesos de producción no son lo suficientemente flexibles para ajustarse a los vaivenes de la demanda, y no existe una buena coordinación logística entre el proveedor y su cliente. La razón de inventarios a PIB tiende a ser grande en países en desarrollo y su financiamiento se complica por la falta de un sistema financiero competitivo; situación que obliga a muchas empresas a utilizar recursos propios o crédito comercial de la red de clientes y proveedores.

Un esquema financiero que se aboca a subsanar las necesidades del capital de trabajo es el de factoraje. En este esquema una empresa proveedora que recibe una factura al momento de entregar un pedido, y cuyo pago se liquida en x número de días, recurre a una entidad financiera (el factor) para realizar una operación de descuento. El factor a cambio del cobro de la tasa de interés y comisión (implícito en el descuento) le paga al proveedor el valor descontado de la cuenta por cobrar. Posteriormente, y una vez que el plazo de la factura llega a su término, la empresa compradora liquida su cuenta por pagar al tenedor del activo que en este caso es el factor. En este sentido, una operación de factoraje no se considera cómo un préstamo sino más bien como una venta de activos; en otras palabras, el factor no le presta dinero al proveedor simplemente adquiere una promesa de pago del comprador.

Dado que no se trata de un préstamo, el riesgo para el factor no reside en la solvencia financiera del proveedor sino más bien en el riesgo de que la empresa compradora no cumpla con sus compromisos. En este sentido el esquema es ideal para financiar las actividades de PYMES cuya calidad crediticia no es tan buena como la de empresas grandes o exportadoras, quienes suelen mantener el compromiso de cumplir con sus obligaciones independientemente de quien sea el tenedor de sus cuentas por pagar. En un préstamo tradicional las cuentas por cobrar son utilizadas como garantías, lo que hace necesario que exista un marco legal sofisticado y un sistema judicial eficiente para que el acreedor pueda recuperar sus garantías en caso de quiebra del prestatario.   Esto no sucede en una operación de factoraje ya que la cuenta por cobrar transferida no forma parte de los activos embargables del proveedor.

La entidad financiera involucrada en la transacción tiene que resolver distintos problemas de información asimétrica al momento de descontar una factura. En primer término desconoce si ésta es realmente válida y, por ende, si tiene posibilidad de recuperar su valor nominal; en segundo término, una vez descontada la factura existe el riesgo de que la empresa compradora no cumpla con sus compromisos. En la medida en que la información financiera de las empresas sea trasparente, existan historiales crediticios y se disponga de un marco legal eficiente mayores son las posibilidades de que las operaciones de factoraje sean rentables.  Desafortunadamente, las bases de datos y la calidad de las instituciones son deficientes en economías emergentes, lo que indudablemente obstaculiza el desarrollo de un mercado dinámico de factoraje.

* El factoraje de NAFIN

Atendiendo a estas dificultades Nacional Financiera S.A. (NAFIN), un banco de desarrollo mexicano, implementó en el año 2001 un sistema de factoraje inverso conocido como ‘Cadenas Productivas’. Con este fin un grupo de empresas grandes y de reconocida calidad crediticia fueron invitadas a participar en un mercado financiero de facturas. En este mercado las cuentas por pagar a clientes PYMES son descontadas por un conjunto de intermediarios financieros privados. Se habla de una operación de factoraje inverso ya que en vez de que los proveedores busquen al factor para descontar sus cuentas por cobrar, son las empresas compradoras las que ponen a consideración de las distintas entidades financieras las cuentas por pagar de sus proveedores.

NAFIN financió e implementó una plataforma tecnológica de factoraje electrónico por lo que en la actualidad una operación de este tipo se puede cerrar en menos de tres horas. La empresa compradora sube a la red los documentos negociables correspondientes a las cuentas por pagar que buscan ser financiadas. Estos documentos se encuentran a la vista de todas las instituciones financiares registradas en el mercado, por lo que las interesadas presentan distintas pujas sobre el monto del descuento. Una vez establecidas las ofertas, la empresa proveedora decide con que intermediario realizar la transacción, por lo que el ganador deposita en la cuenta bancaria del proveedor el valor descontado del documento negociable. Cabe hacer notar que en estas operaciones el factor asume la totalidad del riesgo en caso de incumplimiento por parte de la empresa compradora.

Bajo este esquema inverso las empresas compradoras liberan al factor de la tarea de monitorear la calidad moral de los proveedores y, en consecuencia, minimizan la posibilidad de fraudes con facturas apócrifas. Por otro lado, al iniciarse el proceso de compra-venta de facturas a partir de un grupo de empresas sólidas previamente elegidas por NAFIN se reduce la incertidumbre concerniente a la calidad crediticia del emisor de la factura. Asimismo, los intermediarios financieros se ven beneficiados por recibir información concerniente a las operaciones de las empresas compradoras y sus proveedores.  

Resulta indudable que las empresas compradoras se benefician de este mecanismo por diversas razones: liberan recursos financieros que previamente se canalizaban al crédito comercial de sus proveedores, pueden conseguir plazos más largos en el pago de sus cuentas, y reducen el costo del manejo de sus pasivos. Pero lo más importante es que proveedoras-PYMES de las grandes empresas logran obtener recursos financieros del sistema bancario (deducibles de impuestos) a tasas mucho más accesibles dada la manera competitiva en que se determinan las tasas. Finalmente, los intermediarios financieros amplían su gama de negocios al entrar a un área de actividad que previamente era desatendida por los elevados costos de transacción.

En la implementación de este factoraje inverso, NAFIN actúa como banca de segundo piso al requerir que los intermediarios se fondeen con recursos públicos. NAFIN no cobra comisiones por registrase en este mercado ni por las transacciones realizadas, por lo que la solvencia financiera de su operación la obtiene a partir de la tasa de interés que cobra en el fondeo. El banco de desarrollo establece una tasa máxima que los factores pueden cobrar al realizar un descuento, la cual está por encima del costo de fondeo garantizando, con ello, la rentabilidad de los intermediarios.  No obstante, esta tasa máxima nunca ha sido alcanzada debido al esquema de subasta implementado.

Cabe también mencionar que un porcentaje importante de las entidades compradoras son dependencias del sector público, y que a partir del 2007 existe la obligación de que las dependencias federales se incorporen al programa de “Cadenas Productivas” y den de alta las cuentas por pagar por concepto de adquisiciones de bienes y servicios, arrendamiento y obra pública. Cuando los recursos se canalizan para la realización de infraestructura y servicios públicos relacionados, el fondeo en el programa proviene del Banco Nacional de Servicios y Obras Públicas. De acuerdo con las autoridades hacendarias, este mecanismo de factoraje permite que exista mayor certidumbre, transparencia y eficiencia en los pagos de las entidades gubernamentales.

* Desempeño de la innovación financiera

El programa de ‘Cadenas Productivas’ de NAFIN creció de una participación de mercado del 2% en el 2001 a una participación del 60% en el 2004. El esquema de factoraje ha contribuido a que NAFIN se convierta en un banco de desarrollo superavitario, al pasar de un déficit de $429 millones (con $23.9 billones de activos) en diciembre del 2000, a un superávit de $13.23 millones (con $26.75 billones de activos) en diciembre del 2003 –cifras expresadas en dólares- . Para 2009 las “Cadenas Productivas” estaban constituidas por cerca de 700 grandes compradores, 36% del sector público y 64% del sector privado, alrededor de 215,000 proveedores PYMES afiliados al programa (70,000 con expediente digital), y  39 intermediarios financieros participantes (bancos, empresas de factoraje y otros intermediarios no-bancarios). En 2009 se realizaban un promedio de 10,000 transacciones diarias, con las que se apoyó aproximadamente a 27,000 PYMES en el año otorgando alrededor de 200,000 millones de pesos en financiamiento. Este esquema de factoraje ha permitido el acceso financiero a PYMES que previamente eran racionadas por la banca comercial. En particular, el financiamiento otorgado se concede a una TIIE + 4 puntos, en promedio, la cual es sumamente inferior al crédito empresarial bancario que se asigna a una TIIE + 14 puntos, en promedio.

* Limitaciones del esquema financiero

Parece ser que el requerimiento de utilizar el fondeo NAFIN, en vez de recursos propios de los intermediarios privados, se debe al hecho de que el desempeño de los bancos de desarrollo en México continua siendo evaluado esencialmente por el monto de recursos colocados. Esta política implica el uso de subsidios innecesarios a favor de los intermediarios privados ya que el riesgo de la operación reside en la situación financiera de las grandes empresas compradoras y no en la calidad crediticia de las PYMES que transfieren sus cuentas por cobrar. La reducción en la prima de riesgo hace muy rentable la operación para los intermediarios, independientemente de la naturaleza competitiva de la puja en el descuento.

Los esfuerzos de coordinación para la creación del mercado y la implementación de la plataforma electrónica requirieron de un subsidio inicial importante; sin embargo, una vez que el mercado ha madurado no hay una razón fundamental para que éste continúe siendo organizado por una entidad gubernamental. El mercado electrónico de factoraje puede ser operado por una institución privada al igual que la BMV.  La economía política que explica la reticencia para privatizar esta plataforma electrónica es clara. En primer término, NAFIN justifica su control sobre el mercado por la continua colocación de fondos seguros que le garantizan tener finanzas superavitarias. Indudablemente es más riesgoso iniciar otro proceso de innovación financiera y encontrar nuevas soluciones para corregir fallas de mercado que operar un banco conservador que se gana el reconocimiento por suministrar fondos subsidiados a entidades privadas.   En segundo término, un mercado de factoraje operado de forma privada requeriría que las instituciones financieras descontaran facturas con sus propios recursos, eliminando con ello el beneficio de los atractivos subsidios. En consecuencia, tanto los burócratas bancarios como los intermediarios privados no tienen incentivos para que el mercado evolucione por caminos alternativos.

El lector interesado en este tema y otros relacionados con innovaciones para la inclusión financiera en México puede consultar los siguientes documentos : “Innovative Experiences in Access to Finance: Market Friendly Roles for the Visible Hand”“The Role of “Reverse Factoring” in Supplier Financing of Small and Medium Sized Enterprise”

 Gonzalo Castañeda Ramos es Doctor en Economía por la Universidad de Cornell, actualmente labora como profesor investigador en El Colegio de México

 

07
Abr
10

Visitando los básicos: congestión de película

Por Andrés Hincapié

Hace pocos días asistí a uno de los cines del DF a ver la película “Alice in Wonderland” (muy buena por cierto). En el tortuoso proceso que representa entrar a la sala, dado que uno no asiste al VIP y dado el alto precio relativo a otros países que se paga en México, vinieron a mi mente algunas cuestiones acerca de la (escasa) diferenciación de precios en las salas de cine del país así como del sistema de ventas, un tema que charlamos varios compañeros del CEE hace poco.

Dejando de lado la diferenciación hecha por horas (antes de cierta hora se cobra menos) y la reducción de precios en algún día entre semana, que pienso están más encaminadas a aumentar la demanda en dichos horarios y días más que a diferenciar a los consumidores, se comentó lo siguiente.

En el campo operacional, yo argumentaba que las entradas al cine deberían venderse con número de silla, de manera que las filas para entrar a las salas y las competencias por un buen puesto fuesen cosas del pasado, al menos luego de comprado el boleto, y así perder menos tiempo en dichas filas. Otro de los presentes en la charla propuso la diferenciación de precios; propuesta, a mi gusto, interesante. Para ésta existen al menos dos posibles vías no excluyentes (realmente ambas intentan distinguir entre tipos de consumidores) asumiendo que las empresas implicadas en el negocio tienen cierto poder de mercado. Una sería la diferenciación en el tiempo. Es decir, hay consumidores para los cuales asistir al estreno, o a las primeras funciones, representa un beneficio mayor que asistir en días posteriores cuando ya todo el mundo ha visto la película y por lo tanto están dispuestos a pagar un precio más alto. Hasta donde conozco, esta práctica no es común en México. Un gráfico sencillo donde se observa esta diferenciación es el siguiente:

Fuente: Microeconomía. Pindyck y Rubinfield (2005)

En el gráfico, los consumidores se distinguen entre aquellos que no están dispuestos a esperar y que pagan entonces un precio más alto (P1) y aquellos que están dispuestos a esperar y pagar un precio más bajo (P2) en un momento posterior (recordando la condición estándar en presencia de poder de mercado : Ingreso marginal = Costo marginal).

La otra forma de diferenciación, quizá más novedosa que el caso previo, es la diferenciación por ubicación en la sala (el gráfico sería similar al presentado para la diferenciación en tiempo). Es decir, que se cobrara en las salas de cine tal y como se cobra en los teatros, dependiendo de la zona en la que uno quiera ubicarse, o ¿quién considera que ver una película en las primeras tres filas es igual a verla en las filas del centro? ¿O a las orillas? De esta forma los consumidores que estén dispuestos a pagar un poco más por observar la película en un buen sitio comprarían los boletos de los “buenos lugares”, mientras el resto pagaría menos por verla en los “malos lugares”.

La propuesta de la diferenciación por ubicación es interesante y podría incluso representar un aumento en el beneficio social (dado que la valoración que los consumidores hacen por zonas correspondería más con los precios). Sin embargo, esta propuesta se enfrenta al menos a los siguientes problemas:

  • Costos de monitoreo en salas no llenas. En salas no llenas un consumidor tiene incentivos a comprar un boleto de una zona mala y cambiarse a una mejor zona dado que la sala no se llena; esto haría necesario un monitoreo de la sala o un sistema que impidiera este comportamiento, lo cual no parece muy sencillo. Nótese que el problema es inexistente en salas llenas pues los mismos consumidores harían el monitoreo: nadie estaría dispuesto a que otro le quitara su silla numerada. Este problema en salas no llenas representaría una disminución en los beneficios de la empresa.
  • ¿Precios flexibles? Como solución al problema anterior la empresa podría establecer precios flexibles dependiendo del pronóstico de asistencia a la sala. Sin embargo, no es claro que este sistema pudiese funcionar dado que los consumidores enfrentarían un sistema opaco de precios que podría desincentivar su demanda y por su parte la empresa tendría que hacer estudios de demanda.
  • Costos de cambio de tecnología. Realmente no creo que este sea un costo muy representativo dada la magnitud de las empresas que operan el negocio.

Aun con estos problemas la propuesta sigue siendo interesante aunque no es clara la forma de llevarla a la práctica. Empezar con la venta de boletos con silla numerada sería un buen inicio.

Andrés Hincapié es Ingeniero Industrial por la Universidad Tecnológica de Pereira (Colombia) y es estudiante de la Maestría en Economía del CEE.

10
Mar
10

¿Al cliente, lo que pida?

Por Brasil Acosta

La industria automotriz es una de las más rentables del mundo. Produce y vende, al año, millones de coches. Por poner un ejemplo, en el 2007 se produjeron nada más ni nada menos que 73.1 millones de automóviles a nivel mundial; por su parte, la producción de autos en México para el año 2009 fue de un millón 353 mil 577 unidades, lo cual quiere decir que se producen 3,708 carros por día. Esta inmensa cantidad de coches requiere, a su vez, una cantidad igualmente inmensa de recursos de todo tipo: no renovables, como el petróleo; carreteras e infraestructura vial en las ciudades; policías para cuidar que se respeten las reglas de tránsito, etc. No se puede negar la importancia que tiene el uso de los vehículos en la sociedad, pero, de igual manera, tampoco se puede negar el efecto negativo que tienen: la contaminación ambiental, las muertes por accidentes y, también, como resultado de los cada vez más frecuentes problemas de tránsito, los problemas de estrés.

Desde el punto de vista social, en el sistema de producción capitalista moderno, el automóvil se ha convertido en una mercancía cuyo valor de uso, es decir, la capacidad que tiene para transportar de un lugar a otro al que conduce o más pasajeros, ha sido relegado; en su lugar ha quedado la influencia subjetiva que ejerce sobre la sociedad el fetichismo de esa mercancía. Efectivamente, tener un carro se ha convertido en un “logro en la vida”; tener carro propio es sinónimo de “éxito”, de triunfo; y todo a pesar de que el poseedor del vehículo no lo necesite para una actividad productiva en específico. Por lo tanto, tener un carro se vuelve, más bien, una obsesión, un propósito permanente y, finalmente, una manera de ser.

Por lo mismo, aquel que puede hacerse de un carro: porque lo heredó, porque le ofrecieron un crédito, porque ahorró, porque le dieron el dinero de su retiro, porque se lo asignaron en la empresa para la que trabaja, etc., se siente “soñado” y procura que lo vean, que todo mundo se percate de que tiene carro; por eso, sin que venga a cuento, sale a relucir el tema del coche: que si los faros, que si la novedad del sistema de aire acondicionado, que si las bocinas, etc. Se habla de todo, menos de para qué realmente sirve. ¿Y esto por qué? Precisamente, porque las empresas se han encargado de divulgar la idea de que tener un carro da poder y eleva el “estatus”; con lo cual hace que los vehículos que, en un momento dado, pudieran no ser necesarios, se vuelvan “necesarios” y, de esa forma, se garantice el mercado de los automóviles que, como vimos, es de millones por año; las empresas, pues, hacen uso de la conducta social de los individuos para “forzarlos” (sutilmente) a que se hagan de un coche. Por eso mismo, el mercado de los automóviles es uno de los más activos del mundo: cada año se presenta un “nuevo modelo” (que es casi igual al anterior, pero que le cambiaron un par de cositas). Así, los que han acumulado riqueza, cambian de coche, como de calcetines; los que tienen ingresos medios, compran uno nuevo, pero baratón y, finalmente, los que tienen poco o casi nada, se conforman con los carritos viejos, de uso o chatarras; pero todos quieren tener coche. A qué niveles llegan las obsesiones y arbitrariedades en el mercado de los automóviles que, recientemente, un individuo en Texas hizo uso de la posibilidad que se tiene en Estados Unidos de cambiar un auto usado por otro nuevo a nivel de agencia, simplemente pagando la diferencia; sin embargo, lo curioso del dato es que llegó a cambiar un carro de la marca Buggati Veyron, carro cuyo costo es de mínimamente un millón de dólares, por uno de marca Corvete ZR-1, con un costo de poco más de 100 mil dólares.

Pues bien, las empresas automotrices, lejos de corresponder a las expectativas que ellas mismas han generado, al producir en serie y con el único propósito de vender para aumentar las ganancias capitalistas de ese negocio, han lanzado a la venta vehículos con fallas que pueden ser peligrosas. Se sabe, por ejemplo, que Toyota, la empresa japonesa, ha pedido la devolución de 8.5 millones de vehículos en el mundo para reparar una falla debido a la cual podría atascarse el acelerador y generar accidentes. La reparación de cada vehículo puede durar hasta media hora, de lo cual se deduce que se van a tener que invertir más de cuatro millones de horas en esas reparaciones, que bien pudieran emplearse en otras tareas más bien productivas. Pero eso no es todo, la empresa en cuestión, guiada por el afán de lucro, negoció con los organismos reguladores en Estados Unidos para que, precisamente por la falla en cuestión, no retiraran una buena cantidad de autos de la circulación. La empresa Toyota, con esa maniobra logró ahorrar más de cien mil millones de dólares. «Se puede sentir que el personal estaba pensando más en las ganancias de la compañía que en los clientes», dijo en un correo electrónico Mamoru Kato, un analista de Tokai-Tokyo Securities.

Como se ve, al cliente no se le da lo que pide. Primero, se le lava el cerebro con la artillería pesada de la propaganda, con la cual impactan al individuo haciéndolo sentirse “poderoso” con coche, o perdedor, sin él; segundo, una vez que le dan la mercancía, es decir, el coche, lejos de resolverle los problemas que se detectan después de salida la mercancía, se trata de negociar con los organismos reguladores para que las empresas automotrices “ahorren”, aún a riesgo de que los autos presenten fallos y se produzcan lamentables accidentes. Entonces, primero embaucan al cliente y luego no hacen lo que debieran para satisfacerlo. Esa es la moral de las empresas dedicadas a la producción y venta de vehículos.

Brasil Acosta Peña es Doctor en Economía por El Colegio de México, actualmente labora como profesor – investigador visitante en el Centro de Investigación y Docencia Económica




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